Sufriendo El Divorcio De Mis Papás

El día en que nos avisaron, mis hermanas y yo pensábamos que se trataba de otras miles de cosas. “Niños, queremos hablar con ustedes su papá y yo”, dijo mi mamá en un tono extraño. No sabía cómo descifrarlo en mi mente. Algunas veces, rápidamente sé si se trata de un regaño, una orden, un nuevo proyecto, una noticia o un viaje. Esta vez no tenía idea de qué se trataba. Sonaba entre una mezcla de todo y nada. Eran las 10 de la mañana un sábado común y corriente. Yo estaba jugando con mi yoyo practicando todas las técnicas nuevas. Evidentemente, ignoré las primeras tres llamadas que nos hicieron. La cuarta, ya en un tono más serio, me obligó a enrollar mi yoyo y correr directo a la sala.

Sentados juntos los tres, nos volteamos a ver con cara confundida. Frente a nosotros estaba mamá parada y papá sentado a su lado. Él estaba un poco pálido. Tal vez un nuevo hermanito, pensé. O, ¿papá estará enfermo? ¿Un perrito para la casa? ¿Un viaje a Disney? Se interrumpieron mis ideas cuando escuché que mi mamá dijo “…nos vamos a divorciar”. Se me paró el corazón unos segundos. Mis ojos se abrieron y se cerró mi garganta. El yoyo se volvió en mi apoyo para soportar la situación. Lo presionaba más fuerte conforme iba escuchando todo lo que brotaba de la boca de mi mamá. “Estarán muy bien, no se preocupen de nada. Papá y yo nos queremos mucho pero ya no nos entendemos, peleamos demasiado, y es importante que nos separemos para vivir tranquilos todos.” ¿Tranquilos? ¿Todos?

Era cierto, sí se peleaban seguido, pero siempre me dijeron que era normal. Igual que cuando yo peleo con mis hermanas o mis amigos. Ahora veo que no, que toda relación es vulnerable a los pleitos. “Tendrán ahora dos casas, la de papá y ésta. Van a estar muy felices, ya verán. Vivirán unos días aquí, otros allá.” ¿Felices? ¿Se habrán vuelto locos? Mi papá estaba callado, solo movía la cabeza y trataba con todas sus fuerzas de aparentar estar contento con la decisión. “Queremos que sepan que los amamos, que ustedes son lo más importante para nosotros y que eso no va a cambiar nunca.”

Ese día lo recuerdo totalmente obscuro. Como si no existiera la luz. Como una película en gris y negro. Después de escuchar todo lo que tenían que decir, corrí a mi cuarto, me encerré y me puse a llorar. Mucho. Sentado, acostado, parado. No encontraba nada que me diera tranquilidad. Quería regresar el tiempo. Al menos unas horas para ser otra vez ése que jugaba sin pensar en ningún problema. Ya no era el mismo, a partir de ese día, mi vida cambiaría totalmente. Ahora yo era el pequeño gran hombre de la casa de mi mamá. El encargado de verla feliz. De cuidar a mis hermanitas. ¿Cómo lo iba a lograr si me sentía más triste que nunca en mi vida?

No somos un club, pero ya existe un lazo entre muchos de mis compañeros, con padres divorciados, y yo. Mi mamá insiste en que me hará bien mi terapia, pero yo no encuentro mejor consuelo que estar entre mis amigos olvidando lo que pasa en mi casa. Además, ¿qué no son ellos los que necesitan terapia?, ¿por qué me mandan a mí? Yo no quise que se separaran. Fueron ellos los que lo decidieron y nunca me preguntaron. Sí me ayuda un poco tener un espacio donde puedo platicar todo lo que siento, pero a mis 8 años, a veces me gana la pena y me quedo callado. Tengo miedo de hablar mucho porque sé que me puedo poner a llorar. Tal vez nunca sea totalmente feliz otra vez.

Mariana, mi compañera de salón, que además de gustarme mucho también es parte del “club de los hijos de divorciados” dice que el divorcio de sus papás es lo mejor que le ha pasado. Que la consienten más que antes, nadie se atreve a regañarla y los fines con su papá son de fiestas y compras. Andrés dice que ahora tiene dos cuartos increíbles y que sin duda es más feliz sin tener que oír a sus papás pelearse cada vez que se subían al coche o en las noches que pensaban que él ya dormía. Dice que es cuestión de tiempo… “Ya te sentirás mejor, vas a ver.”

Yo no estoy tan seguro. Hay días en que escucho a mi mamá llorar en el closet, sola. Encerrada. Siempre dudo si entrar o no. Sé que está triste también, que lo extraña. Entonces me quedo sentado en el piso, escuchándola, mordiéndome las uñas y pensando en un millón de planes para mejorar nuestras vidas. Para volverlos a juntar. De pronto sale, y la veo desde abajo. Se ve destrozada, es la verdad, pero siempre me niega que estaba llorando. La abrazo de las piernas, “mami, ya no llores, yo te quiero, papi también”. Siempre se agacha, me abraza y me dice “mi vida, todo va a estar bien”. Aunque yo no llore en frente de ella, por dentro me duele todo y todo me falta.

Me cuesta trabajo despertar a media noche y saber que si voy a la cama que era de mis papás, solo queda una voz. Y es que a veces me pasa que despierto adormilado, me meto en la madrugada del lado de la cama donde él dormía y ahora esta vacía, fría y sin su abrazo. Me quedo ahí, tratando de calentar su espacio, de sentir que lo tengo cerca. De regresar el tiempo a las épocas donde nos despertábamos todos juntos a jugar, reír, bromear, y empezar un día nuevo felices. Ellos y nosotros.

Con los días he aprendido a controlar mi terror, mi tristeza, mi ansiedad, mis dudas y mi soledad. He entendido que ésta es mi realidad, como la de muchos otros. Nunca perderé la esperanza de que algún día se vuelvan a juntar. Es la verdad. Nunca perderé la fe de que seamos una familia unida otra vez. Será porque soy un niño, pero lo único que me importa es imaginar que llego a casa y los veo felices. No me importa si peleaban o no. No me importa si tenían problemas o no. Yo quiero a mi papi y mami agarrados de la mano, besándome, abrazándome. Quiero que todo sea como cuando nacieron mis hermanas, como cuando yo era chiquito. Como cuando todo parecía estar bien.

Hoy decidí escribir esto porque me dijo mi doctora que necesito enfrentar mis sentimientos. Que necesito aceptar lo que vivo. Pensé que era una tontería, pero después de muchos papeles hechos bola y tirados en la basura, estoy logrando sacar palabra por palabra. Estoy sentado en mi cama, rodeado de mis peluches, la foto de papá y mamá enfrente de mi, mi lápiz y mi cuaderno. Casi no se entiende mi letra, estoy lleno de lágrimas y mi pijama toda mojada de la manga. Tenía razón la doctora, era importante hacerlo, pero duele mucho. Duele recordar ese día. Duele sentir todo esto. ¿Será mi culpa el que se pelearan tanto? ¿Habrán sido mis travesuras, mis permisos…? ¿Habrá sido el haberme tenido como hijo?

Mami y papi, si algún día leen esta carta que me escribo a mí mismo, quiero que sepan que los amo, pero que me rompieron el corazón por primera vez el día en que decidieron separarse. Que nunca había sentido tanto dolor y nunca pensé que la vida pudiera ser tan fea, tan triste. Aún así, lucharé siempre por ser un buen hijo. Trataré de ser el mejor hombre para ti mamá y el mejor amigo para ti papá. Cuidaré siempre de mis hermanas cuando no esté uno de ustedes. Haré lo imposible para hacer la vida de todos un poco más alegre. Para llenar los huecos y para no ser una razón de pleito entre ustedes. Los amo. Su grandulón.

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