Siempre quise ser mamá. Me acuerdo cuando de chiquita jugaba a ponerme una almohada en la panza y caminaba agarrándome la espalda. Como todas las niñas, supongo. No medía más de 1 metro, y ya tenía el instinto maternal activado. Le daba pecho a mis muñecas, les cambiaba su pañal y siempre procuraba tenerlas limpias. Una hija tras otra rondaban mi cuarto. Yo era esa niña que cargaba con pañalera, mini carriola y la bebé de la temporada a todas partes. “Qué linda tu muñeca”, me decían. “No es muñeca, es mi hija”, les contestaba.
Así pasaron los años, correteando a las hormonas. Volviéndome señorita, adolescente, joven y mujer. Admirando a toda embarazada que pasaba por mi camino. Claro que siempre estuvo muy claro, que para ser madre, tenía que ser esposa primero. Pero para ser esposa, tenía que encontrar al “príncipe azul” primero. Y eso sí que se estaba complicando. Esa cadena de consecuencias lógicas se veían cada vez más turbias y asfixiantes. Hoy me doy cuenta lo equivocados que estamos en pensar así. Lo ridículamente cerrada que es nuestra sociedad.
Un novio, dos, tres… 10. ¿Dónde estaba ese maldito príncipe azul? Sucesivos “amores de mi vida” que se resumían a encuentros pasionales con fecha de caducidad. Entonces, pasaban los años. La presión aumentaba. No sólo porque quería casarme, sino porque todos querían que ya me casara. Me lo exigían. Finalmente yo quería vivir ese sueño que llevaba arrastrando desde la niñez. Darle vida a una vida. Ser yo la que trajera a este mundo a un ser que fuera producto de mi. De mi vientre. De mi sangre. Pero no dependía del matrimonio. Para mi no.
De pronto la pregunta se volvió más seria. ¿Qué pasa si no encuentro al hombre de mi vida? Pues entonces, ¿acaso eso quería decir que no sería mamá nunca? ¿Acaso con ese sueño frustrado se morían todos los demás de esta mujer? ¿Era mi culpa? ¡Qué tontería! Estar en esa situación me hizo más fuerte, más clara. Yo sí iba a tener un hijo, costara lo que costara. Y no me iba a casar con cualquiera para tenerlo, esto también estaba muy claro. No quería parejas simplemente sexuales. No quería mejores amigos. Quería todo. Porque lo mío nunca había sido la mediocridad, ni lo sería bajo esta presión tampoco.
A mis 38, aunque físicamente seguía atractiva, mi “reloj biológico” ya se estaba dando por vencido. El foco rojo se activó con una alarma inusual y había que hacer algo. No podía depender más de ese pinche hombre que nada más no llegaba a mi vida. No podía dejar ese sueño morir porque me comía el tiempo, la edad. Me tomó tiempo decidirlo. Me aferré a dos perritos por un rato para intentar tranquilizar mi don maternal. Pero no era suficiente, obviamente. Entonces decidí que era momento de dar un paso grande, gigantesco… ser una madre soltera.
Claro que hablarían de mi. Claro que dirían que estoy loca, que podía esperar un poco más. Se cuestionarían qué defectos tendré para no estar consiguiendo pareja. “¡Qué rara que no se casó!” “¿Cómo hace algo así? ¡Está demente!” Eso y mucho más. Pero me valía madres. Yo no iba a dejar mi sueño pasar por todos esos comentarios. Finalmente nadie vivía en mis zapatos. Nadie sentía ese terror de arriesgar mi maternidad que tanto anhelaba.
Sí, el banco de semen no tenía al hombre de mi vida en un botecito. No tenía al padre que yo hubiera querido para mis hijos. Ni estaba enamorada de él, ni lo conocía. Pero me daba el otro lado de la fórmula para tener un bebé. La ecuación que necesitaba en ese momento. Era mi única alternativa, era eso o nada. Investigué lo más que pude. Familia, genética, vicios, físico… exhaustivo. Tanto terror de pensar en todo lo que podría pasarse a mis hijos por escoger mal. Peor que cualquier juego al azar. Cualquier decisión en mi vida no se compara a ésa. Una tormenta mental. Pero lo logré, logré escoger. Ese, el hombre con folio 5673 sería el “papá” de mis hijos.
Los tratamientos fueron lo que siempre son, horribles. Hormonas, inyecciones, citas programadas y noches eternas rogando que todo salga bien. A veces no me daba tiempo de pensar en esta nueva misión a la que estaba entrando; ¿podré ser madre soltera? Eso ya estaba de más preguntármelo. Lo importante era sobrevivir el embarazo. Que todo saliera bien, que los bebés crecieran. Porque en todo este proceso científico y ginecológico, tuve la suerte de que se aferraran a mí dos bebés, mis gemelos. Iba a ser madre de dos hombresitos, míos y de nadie más. Sin ayuda, sin excesos económicos ni enfermeras de sobra. Sóla yo, con ellos.
Pasaron los meses que tenían que pasar. Sin dormir las noches y trabajando de día entero. Saliendo y entrando al pediatra luchando contra gastos, miedos, soledad y mucho más. Pasaron entonces los años que tenían que pasar. Desviviéndome por ellos. Amándolos cada día más. Y así, todos crecimos. Sobrevivimos. Esta familia de tres se volvió el centro de mi vida. Hoy, a mis 45 años, tengo la suerte de decir que soy mamá todos los días desde hace 7 años. Y cuando me preguntan, “¿cómo se llama tu esposo?”, contesto, “no tengo, nunca tuve”. Cada vez tengo que ver la expresión de la gente con inmensa sorpresa y descontrol preguntando entonces, “¿y quién es el papá de tus niños?”. “No tienen papá, llevan mi apellido”, explico. Pero sigue sin ser claro. No saben si hablo de un divorcio terrible o un difunto marido… Lo que nunca se les ocurre es que yo haya ido a un banco de esperma para comprar a mis hijos. Para hacerme mamá. ¡Eso sí era demasiado!
No me arrepiento ni nunca me arrepentiría. Fue la mejor decisión que pude haber tomado en mi vida. Lo volvería a hacer exactamente igual. Sigo sin pareja, sin novio, sin cómplice, sin amante. Y sé que ahora se complica todavía más encontrarlo ya que muy pocos aceptarían ser padres de mis hijos. Sé que amarme será aun más difícil que antes. Pero el ser madre le da sentido a esa soledad. Tener a mis dos chiquitos hace que mi misión en la vida sea ver por ellos y por mi. Sin necesidad de buscar compañía. Sin necesidad de depender de un hombre. Ni económica, ni emocionalmente. Trabajo duro para hacerlos inmensamente felices. Para darles una vida igual o mejor a la de cualquier conocido tenga. Cualquiera de “esos” que sí tienen padre y madre.
A veces todavía escucho a mujeres que “deciden” no ser madres. Claro que respeto todo, como pido que se respete esa decisión que yo tomé hace años. Pero también tengo que ser honesta, me parece un acto inmensamente tonto. No puedo concebir que mujeres dejen pasar la maternidad por no haber encontrado al hombre indicado. No puedo entender que exista gente que no quiera tener hijos por su propia voluntad teniendo todo para ser padres. Sin duda, hoy, habiendo estado cerca de perderme esta bendición de ser mamá, puedo decir que no hay nada que se compare. No hay nada ni nadie a quién puedas amar más que a un hijo. Yo siempre les digo “eres la vida de mi vida”. Eso son, producto de mi vida y el sentido de mi vida. Definitivamente perderse de esto sería una locura. Una autodestrucción. Perderse de esto sería perderse del gran motivo de la vida. De escuchar que te digan un día, “te quiero mamá”. Y eso lo vale todo. TODO.