Mamá Otra Vez A Mis 62

Pues sí, así me tocó. Acapulqueña de corazón, a mis 62 años trabajo como empleada doméstica y vendo ropa cuando tengo tiempo libre. Lo mío, lo mío, es la cocinada. El caldo de camarón me sale espectacular, y ni hablemos de un buen cebichito o mojarritas al mojo de ajo. Vivo en una casa muy humilde pero siempre he sido muy feliz. Aunque con escases económica, salimos adelante trabajando duro. Mi esposo es herrero y su trabajo es esporádico. Eso quiere decir que veces trae dinero a la casa, y a veces no. Así nos las hemos llevado por muchos años, unos meses nos va mejor que otros…, la sufrimos pero salimos.

Ahora que tengo todo el pelo lleno de canas, una operación de cadera, la vista descompuesta y un poco de sobrepeso, me llegó esta nueva responsabilidad. No, por supuesto que no estaba lista. Me había desvivido por mis hijos antes, a mis veintes, treintas, cuarentas…, tiempo en que los crié y los cuidé hasta convertirlos en hombres y mujeres de bien. Desde aquellos años en los que, siendo una jovencita, una niña sin experiencia, me ilusionaba ser madre, pensar en traer vida nueva al mundo.

Uno de mis hijos, “el patito feo”, lo llamaban, acabó heredando el maldito alcoholismo de su padre, mi marido. Mi intención fue llevarlos, a él y a sus hermanos, por un buen camino. Yo sabía que esa adicción se podía transmitir de generación en generación, pero la ciencia le ganó a mi voluntad. Por más que lo alejé de los vicios, de las tentaciones, de las malas influencias…, cayó. Se volvió alcohólico, perdido. A veces, cuando lo veía a punto de pegarle a su mujer, me permitía entrar en el pleito, a defenderla. Le decía “pégame a mí, a ella no”. Nunca me pegó, a ella tampoco…, creo.

Pasaron los años y ella quedó embarazada. Pensamos que eso lo enderezaría, como dicen. Pero no, no le importó. Siguió cayendo hasta el día en que se metió en un terrible pleito callejero, un pleito de muchachos. Entre gritos y más, salieron las pistolas. Poco faltó, muy poco, para que lo mataran. Para que yo perdiera a mi hijo para siempre. Acabó tremendamente lastimado, pero vivo. Golpeado por todas partes, pero consciente.

Un día, ya recuperado, decidió ir a buscar mejor suerte en Cancún. Allá vive una de mis hijas y al esposo le va bien así que pensó que podía tener buen futuro cerca de ellos. Fue justamente en el aeropuerto, mientras él agarraba la mano a mi nieto, cuando se acercó un hombre viejo, muy viejo. Un hombre humilde y chaparrito. Mirándolo fijamente le dijo, “¿muchacho, qué te pasó? “Estuve en un pleito fuerte”, le contestó. “Hijo, deja todo eso, todos tus vicios. Hazlo por tu hijo, él te necesita. No vuelvas a tomar.” Todavía me dan escalofríos cuando lo cuento. ¿Por qué supo ese señor que mi muchacho tomaba y tenía vicios? Fue como un ángel caído del cielo. Desde ese día, mi hijo no ha vuelto a al alcohol. Ha cambiado, ha mejorado, revivió… gracias a Dios.

Pero mi historia no es sobre él, no es sobre su alcoholismo. Esto que ahora vivo, viene después, a consecuencia de otros asuntos. Ya viviendo en Cancún, quesque muy contentos, la mujer le puso el cuerno con mi yerno. Sí, así como lo oyen. Concuño de ella, para ser más claros. Mi hijo se enteró y fue terrible. Por supuesto que se separaron, pero ya había un niño de por medio. Siempre estuve presente, apoyándolo. Entre una cosa y otra, un día acabaron rejuntándose y ella quedó embarazada nuevamente. Segundo hijo, y terribles problemas de pareja. No, no la había perdonado por completo, fue solo una noche, por despecho supongo. Durante mucho tiempo, él pensó que no era suyo, que era del amante. Pero no, ahora sabemos que sí es su hijo, su viva copia.

Se separaron y mi hijo se quedó en Cancún trabajando. Ella regresó a Acapulco a vivir con su madre. Si les platico lo que es mi consuegra, no acabaría nunca. Más floja que nada. No lava ni un trapo ajeno. Y por ajeno me refiero a sus nietos. No le interesan. “Vieja huevona”, siempre pienso para mis adentros. Pero debo ser respetuosa, finalmente es la otra abuela de mis nietos. Nunca les digo a ellos lo que opino de ella, pero saben que no la tolero mucho que digamos.

Hace seis meses, un sábado me acuerdo, mi nieto mayor vino a visitarme con una bolsita de ropa. Tenía cara triste y enojado a la vez. “¿Qué pasa mi niño, qué tienes?” “Abuela, mi mamá me corrió. Ahora tiene un novio que no me cae bien, y dice que lo tengo que querer. No lo voy a querer nunca, no es mi papá. Y lo detesto”. Así fue cómo me enteré que ella ya tenía nueva pareja. No sabía más, excepto que encima había corrido a su hijo por no aceptarlo. A mi nietecito lindo.

Estuvo viviendo en mi casa una semana. No hice mucho alboroto para no meterme en problemas. Lo apoyé y mi hijo me pidió que lo tuviera un tiempo conmigo en lo que él podía venir de Cancún a ver qué pasaba. Pasaron dos semanas cuando de repente llegó a visitarme el hermano chiquito con su bolsa de ropa también. “Extraño a mi hermano abuelita, y me dijo mi amá que podía venirme a dormir este fin de semana con ustedes”. Me quedé fría pero pues cómo no aceptarlo… “Pásale mijito, qué alegría verte”, le dije extendiendo los brazos como siempre. Sí, tenía alegría de verlo. Ya mientras dormían hablé con su mamá, me aclaró que habían problemas en la casa y no quería lastimar a los niños. Que si los cuidaba por ese fin de semana y pasaba por ellos el lunes. “Perfecto, con mucho gusto”, contesté.

Desde entonces, no hemos sabido de ella excepto por dos llamadas esporádicas que no hicieron nada más que afectar más a mis criaturas. ¿Dónde está?, nos preguntamos. Pues no, no sabemos. Y claro que muy viva la condenada supo que era mejor dejarlos conmigo que con su propia madre. Bien sabía que ella no los aceptaría por tanto tiempo, y yo sí. Yo sí, los acogí. “Pues ni modo que los eche pa la calle, son mi sangre”, le digo a mis amigas. Nos volvimos el chisme del pueblo. El mejor. Pero no me importa, mientras ellos estén conmigo y no en la calle, lo que digan me vale un comino.

Por eso, hoy, a mis 62 años, soy la madre de mis dos nietos. El grande de 10, el chico de 8. Soy yo la que me encargo de sus comidas, sus uniformes, sus mochilas, sus tareas, sus escuelas…, todo. Cuando tengo que ir a trabajar, mi esposo los cuida. Cuando trabaja él, me las ingenio para cuidarlos yo o le pido ayuda a su otra abuela, la huevona. A veces me los regresa después de unos dos o tres días de cuidarlos, con toda la ropa sucia pa que yo la lave. Ni siquiera eso puede hacer por ellos. Como si toda la responsabilidad fuera mía. Coraje me da, pero no puedo hacer nada, son mis niños ahora.

Acepto que mi hijo fue un mal esposo por muchos años. Acepto que debió haber sido un infierno vivir con un alcohólico. Yo lo viví por muchos años, y es sin duda muy difícil. No dudo que muchas veces lo quiso dejar, rehacer su vida con otro hombre. Comprendo eso perfectamente. Se vale que cualquier muchachita rehaga su vida. Que reciba amor verdadero. Pero de eso a abandonar así a sus hijos. De irse sin decir adiós…, nunca lo voy a entender.

Me acuerdo que por días y noches, los niños lloraban en el sillón de la sala. Enroscaditos como bebés, chille y chille por su madre. Yo los veía y no podía contenerme, lloraba también. Al principio todavía tenían esperanzas de que llegara, de que regresara por ellos. Luego se fueron dando cuenta que ya no vendría. En una llamada me acuerdo que mi nieto colgó con rabia y los ojos a punto de explotar. “¿Pos qué pasó?, le dije. “Abuela, ese estúpido se las va a ver conmigo. Lo voy a matar un día. Me quitó a mi mamá. Aparte se burla de mí. Todo lo que yo le decía a mi mamá él lo repetía burlándose. Yo lo oí. Lo odio. Y a ella también. Se fue con ése y nos dejó.”. Se desapareció corriendo, llorando, dolido y muy enojado. No lo pude ni abrazar, me troné en llanto yo también.

En la escuela empezaron a tener muchos problemas. Todas las semanas me llamaban con un reporte nuevo. Yo lloraba con la directora. Me ayudaban y me dieron muchas oportunidades para no expulsarlos. Pero tampoco ellos tenían que soportar a los niños rebeldes e insatisfechos con sus vidas. A mi también me hicieron muchas groserías. Me tomó uno o dos meses calmarlos. Verlos sonreír y volver a ser ellos. Que aceptaran esta nueva vida. Ellos y yo.

Entonces ahora, mis gastos se triplicaron. Ya no sólo veo por mi viejo y por mí. No, ahora me encargo de estos dos muchachos. Pensé, hace muchos años, que solo sería madre en ese momento. Que me partiría la madre por sacar adelante a mis hijos, y luego vería por mí y mi esposo durante nuestra vejez. Pero las cosas han salido muy diferente. Me tocó volver a vivir la maternidad, pero ahora siendo una mujer ya grande. A veces veo sus cuadernos de tarea y le pido a Dios que me ayude a entender para explicarles y ayudarlos a aprender. No se me hace fácil. Yo no estudié todo lo que ahora ellos estudian. Me siento tonta muchas veces. Muchas.

Y mi sueldo no da para tanto. Con trabajos me alcanza para darles lo mínimo. Para mandarlos a la escuela bien vestidos y limpios. Los días que trabajo salgo corriendo para llegar a darles de comer (a veces sólo de cenar), recoger la casa, lavar ropa, hacer trabajos, arreglar uniformes, cocinar, bañarlos y acostarlos. Algunos días no me da tiempo de pasar al súper y comprarles lo que les gusta. Les cocino a cada quién un huevo con salchicha pa llenar el hueco, y listo. Todavía cuando fui mamá, contaba con mis papás y mis suegros para ayudarme. Ahora no me ayuda nadie. Mi hijo viene una vez al mes a verlos y me da dinero semanal, pero muy poco. ¿Quién pensaría que a esta edad iba yo a andar yendo a fiestas infantiles? Pos sí voy, y a muchas. Ahora en vacaciones me duele no poderlos sacar ni a la esquina, pero tengo que trabajar para darles todo lo que necesitan. Espero lo entiendan.

Pero a veces pienso que aunque esto definitivamente ha estado muy complicado para mí, ha sido también una bendición. Ahora siento que sin ellos, la casa estaría vacía. Ya no sabría vivir sola. Me mantienen viva. Sin pensar en mi vejez, mis canas, mis males. No tengo tiempo de enfermarme, ni de andar de paseo en el mercado. Son el motor de mi vida, mi nuevo proyecto. He revivido emociones que ya no vivía desde que mis hijos se fueron. Ese amor inmenso al verlos bailar, salir adelante, sacarse 10 en sus tareas… crecer.

No sabemos qué pasará con su mamá. Bueno, la que dice ser su madre. La de nacimiento. No sabemos ni qué hará, ni qué habrá pasado por su mente para dejarlos. Sé que cualquier día me los puede quitar, con la mano en la cintura. Así que he decidido disfrutarlos. He decidido ser hoy, la mejor y más vieja mamá del mundo. Darles todo lo que puedo. Todo lo que sé y todo lo que mi cuerpo aguante. Los llenaré de todo el amor que necesiten para que crezcan sin rencores, sin huecos y aprendan a amar. Seré yo, el tiempo que dure, esa mamá que la otra no supo ser.

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Este artículo se lo dedico a una extraordinaria, fuerte y muy sensible mujer que ha estado cerca de mi muchos años de su/mi vida. Que ha tenido la confianza de compartir conmigo sus experiencias, sus lágrimas y sus esperanzas. Lety, te admiro mucho. Eres un ejemplo a seguir.

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Este artículo lo puedes leer también en el portal de Fernanda Familiar:

http://fernanda-familiar.com/colaboradores/debbie-chamlati/mama-otra-vez-a-mis-62/

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