A veces no nos damos cuenta de lo que nuestros papás signifacaron para nosotros en nuestra infancia. A veces no nos damos cuenta de lo que nosotros significamos para nuestros hijos ahora que son niños.
Ví un video de un niño como de 7 años, la edad de mi hijo, que le canta a su mamá porque la extraña. La extraña porque se murió. Y le canta que la quiere ver. Que extraña sus abrazos y los besos que le daba en la frente. Que a veces la ve dormido y le agarra la mano mientras ella se sienta en su cama. Y lloré. Ese niño también perdió a su papá en un accidente. Finalmente, no tiene a ninguno de los dos.
Y yo pienso, todo lo que le doy a mis hijos que doy por hecho, y que para ellos es su motor de vida. Esos besos y abrazos, que parecen rutinarios, este niño de 7 años ya no los vuelve a sentir nunca.
Pero es un círculo. Porque también si esa mamá pudiera hablar, o cantar, diría cuanto extraña a su chiquito. Todo lo que le dio desde que nació. Poderlo oler, sentir, cargar. Al menos ver. El haberlo amamantado, despertado en las noches, arrullado, bañado, cantado…
Tenemos la suerte de que nuestros hijos nos tengan. Se oye extraño pero es real. Porque la suerte es para nosotros también. Poderles dar tanto amor y tantas semillas para la vida. Y verlos crecer junto a nosotros. Tenemos suerte de ser su primer amor. De ser todo lo que necesitan por años. De estar para ellos cuando sus vocesitas gritan mamá. De leerles, dormirlos…de estar vivos. De estar vivos para ellos.
Lloro porque a veces logro entender cuanto me ama y me necesita mi hijo, y eso se nos olvida todo el tiempo. Lloro por darme cuenta cuanto ame, amo y amaré a mis papás por haber tenido la suerte ambos de habernos dado tanto, siempre.