Sábado de “party” que se convierte en domingo de madrugada. Finalmente regresas a la casa. Un alcohol, o dos; risas, chismes, abrazos, comida, mucha comida…y se termina esa noche de “salir”. No es el antro de los 20’s, ni las desveladas espectaculares, pero cuenta como la salida de la semana (o del mes). Sabes que te tomará días recuperarte de esta “salida”.
Entonces llegas a tu casa, te lavas la cara y sigues el ritual antienvejecimiento, cepillas dientes, te pones la pijamma, y en el inter empiezas ya a sentir una sensación deliciosa de relajación porque viene el tan sagrado nido de descanso que hemos esperado desde las 7 am que nos despertamos. Sabes que está por empezar ese romance con la almohada, las sábanas y el colchón. Esa deliciosa sensación dónde dejas tu cuerpo caer y cierras los ojos sin preocupaciones. Esas copitas hicieron efecto y sientes un poco de mareo pero en cuestión de segundos empezarás a soñar. Ya no importa nada. Estás más dormida que despierta desde que pisaste tu casa.
Te metes a la cama, se siente deliciosa. Te acurrucas en posición fetal, pelo suelto, cara limpia (colcha prendida en mi caso), y…
ES EN ESE INSTANTE, en ese precioso y sagrado momento de paz, en el que todo se viene abajo con un ruidoso “llantito” del bebé o un chillante “MAMAAAAAAAAAAA”.
Se te sube el estómago a la garganta. Te dan nauseas. El corazón empieza a latir más rápido. Y piensas “ES BROMAAAAAAAAAAAAAAA”…. Pero noooo, NO ES BROMA. Justo en ese instante tu hijo se despierta. Y se siente como una especie de maldición astrológica. Sientes enojo, coraje puro. Y no puede ir nadie más que tu a rescatarlo. Es TU TRABAJO. Es tu deber ir. Y en cualquier otro momento esto se oiría muy romántico y maternal, pero a esa hora, en ese preciso momento, con ese alcohol y cansancio navegando por tu cuerpo, tu bebé te parece tu peor enemigo. Y en el camino a su cuarto es viable que se salga corriendo de tu boca una que otra grosería en silencio. Nadie lo escucha más que tu, que estás furiosa.
Y llegas…ahí está, el bebé. Tu bebé. Taaaan lindo y taaaan dependiente. Y aunque sientes que no rindes más, que eres un zombi, que la vida está abusando de tí, que TU BEBÉ está abusando de tí…lo volteas a ver con esa cara de amor idiotizante, lo sacas, lo abrazas…y te rindes a la posibilidad de ir a dormir en un futuro cercano. Sabes que esto puede durar 5, 15, 45 o 90 minutos. Y te recuerdas que esto de “salir” en las noches es una muuuuy malaaaa ideaaaaa.