Cita A Ciegas

Por supuesto que estaba nerviosa. Eso de la “cita a ciegas” no era lo mío. No estaba acostumbrada a salir con un desconocido que no sabía si me gustaría. Me incomodaba la inseguridad que flotaba en mi cabeza: “¿Le gustaré? ¿Le gustaré? ¿Le gustaré?” Me habían hablado poco de él, pero en ese momento me era suficiente. “Es un chavo muy muy guapo”, aseguraban. Con eso tenía para sentirme obligada a hacer todo el ritual de belleza que formaba parte de mis salidas nocturnas y, cada vez más, del día a día.

Afortunadamente, contaba con mi dosis semestral de Botox. “¡Qué suerte!”, pensé. Justo a tiempo para verme perfecta para la cita. Acudí al salón a arreglarme las cejas, hacerme un intenso facial, tratamiento en el pelo y retoque de luces. “Si el chavo no estuviera tan guapo me agobiaría menos, pero tengo que verme igual o mejor que él.” Ese era mi reto, mi motivación. Aunque no era necesario tanto esfuerzo, en realidad, mi belleza era una de mis prioridades. Invertía dinerales en verme “espectacular”. En tener el maquillaje de la temporada y las mejores cremas para mantener mi cara humectada y radiante.

Le metí duro al ejercicio esa semana para tratar de marcar un poco más mis brazos y mis piernas. Pensaba ponerme una blusa bastante descubierta, la falda nueva que me había costado casi lo mismo o más que los zapatos que en verdad estaban divinos y un saco de flecos que me encantaba. Me vería entre elegante, fresca, moderna y sexy. No tenía un estilo muy definido, pero sí me empeñaba en verme impecable de pies a cabeza. Me era imprescindible ver el impacto que causaba por donde caminaba. Y sí, sí lo lograba. Eso me llenaba tanto que cada vez quería verme mejor y mejor. Incluso, me cuestionaba cuál sería el argumento de la gente que no invertía lo mismo que yo en su físico. No sólo porque no la entendía, sino que para mí era relevante que mi ego estuviera siempre en su lugar.

Esta vez, ni siquiera pude ver fotos en Facebook, Instagram o Twitter para asegurarme de que realmente fuera un hombre guapo. Me inquietaba que se tratara de un tipo raro alejado de las redes sociales. La verdad es que yo me la vivía subiendo fotos de todo lo que hacía. Más que nada, las famosas “selfies”. A veces, incluso me arreglaba para tomarme la foto del día. Era un hambre insaciable por saber cuántos “me gusta” recibiría y qué comentarios pondrían. Me divertía mucho con eso, pero a la vez me causaba un poco de angustia. Ansiedad de estar revisando si muchos o pocos se habían involucrado en mi composición. “Tal vez no sonreí bien.” “Me hizo falta un mejor filtro… O blanco y negro. O sepia. Más contraste. Un mejor ángulo de mi cara. Cuerpo completo. Más sexy. ¿Sonrisa?, No, mejor seria. O con un ojo cerrado. O riendo, aunque sea falso.”

En fin, el día llegó. Me paré frente en el espejo y sonreí involuntariamente. Realmente me veía impresionante. Seguro lo sorprendería. Tomé mi bolsa, mi celular, mi lipstick, y salí. En el camino, recuerdo que sentí un poco de nervio. No mucho porque acostumbraba salir seguido pero esta vez intuía algo diferente. Aunque no sabía qué esperar, estaba emocionada. Mientras conducía el chofer yo me iba viendo en el espejo para asegurarme de que todo estuviera en orden. Me retoqué un poco los labios unos minutos antes de llegar. En mi mente hice todo un recorrido para confirmar que no faltara nada.

Llegando a la entrada del restaurante me preguntaron, como siempre, con quién venía. “Javier Guerrero”, contesté. La señorita sonrío un poco de más y me incomodó. Tal vez lo conocía, o tal vez me veía yo demasiado arreglada. No sabía de qué se trataba esa chispa en sus ojos. “Por aquí, sígame por favor”, me dijo. Los pasos fueron largos, pesados. Los recuerdo casi en cámara lenta. “La esperan”, enfatizó mientras señaló hacia una mesa. Entonces sentí que mi corazón se apretó y mi panza se vió invadida por esas famosas mariposas. Realmente la descripción que me habían dado de él era injusta. “¡Qué guapura!”, pensé. Parecía modelo. Brillaba. La barba partida y cuadrada, totalmente rasurada. Gestos muy masculinos, pelo ondulado obscuro, una camisa azul turquesa, y una postura sobre la mesa sumamente atractiva. Tengo que aceptar que era excitante verlo. Se veía tan seguro, tan cómodo, tan imponente y sencillo a la vez. Extraño y maravilloso.

Al escuchar a la mesera vi que levantó su cara, pero no hacia mí. Todavía no me veía, todavía la incertidumbre quedaba en el aire. Todavía mi inseguridad rebotaba por todo el salón cuestionando mi éxito ante sus ojos. Ante su mirada. Entonces caminé hacia él, hacia nuestra mesa. Supongo que el ruido de mis tacones lo hizo voltear súbitamente la cabeza. Hacia mi cuerpo. Hacia mi cara. Ese debe de ser uno de los momentos que más me han marcado en mi vida. El pequeño gran descubrimiento que hice en cuestión de segundos me dejó helada. Como si se me hubiera caído el techo en la cabeza. Inmóvil. Totalmente perdida. Sin aire, sin palabras, sin latidos en el corazón. Fue en ese instante en que mis ojos se perdieron en los suyos, en ese mar transparente de agua azul, en esa perfección, esa belleza absoluta… cuando me di cuenta. Esa mirada estaba vacía. Esa mirada perdida era la mirada de un ciego. Un ciego.

“Hola Sandra”, me dijo con una voz muy sensual, “siéntate por favor, bienvenida”. “Gracias”, contesté. Me sentí una idiota. No sabía qué más decir. Era como si no estuviera allí físicamente. Como si hubiera dejado mi cuerpo en otro lado. En ese instante solo existía mi voz y mi mente. “¿Usas perfume?”, me preguntó. ¡Increíble!, justamente lo que se me había olvidado. Justamente lo que él necesitaba para saber un poco más de mí. “Sí, sí uso, pero hoy no me puse, se me olvidó”, dije con una voz que ni yo misma reconocía. Me temblaba. “Qué bueno, porque hueles muy bien. No necesitas ponerte nada.” Más idiota me sentí. Pero a la vez algo dentro de mí despertó. Me dieron ganas de tocarlo, al menos sus manos, sentir su piel. Regalarle mi tacto para que me sintiera más presente. Me sentí deseada de una manera desconocida.

“¿Puedes acercarte más a mí, por favor?, te quiero conocer.” Estaba sentada del otro lado de la mesa, frente a él. Pero por supuesto, y sin ni siquiera decir nada, me moví para quedar justamente a su lado. Entonces lo pude oler yo a él. Sin querer, sin acercarme tanto, alcancé a percibir su escencia. Un atractivo más. “¿Te importa si te toco la cara?”, preguntó. Lo primero que pensé, como algo automático y muy estúpido fue “me va a deshacer el maquillaje”. Me apenó mi pensamiento y de inmediato le dije “sí”. Pero ese sí venía cargado de una entrega muy inesperada. Me estaba desnudando de una forma que nunca había sucedido antes. Por primera vez alguien me iba a conocer con sus manos. Unas manos que seguramente descubrirían cosas que ni yo misma conozco. Ningún espejo me daría la respuesta al rompecabezas que él estaba por armar en su mente. Esa imagen de mí que no tenía nada que ver con la que todos conocían.

Su mano recorrió mi cara lento. Su piel era áspera pero su forma de tocar era dulce. Como si yo fuera una obra de arte. Como si me quisiera leer. Entender. Recorrer. Cerré los ojos sin pensarlo. Pasaron sus dedos por mis pestañas, mis párpados, mis cejas. Paró un tiempo en mi nariz, paseando de arriba a abajo como si me estuviera pintando. Luego tocó mis labios. Primero el de arriba, luego el de abajo. Yo sentí que iba a explotar de nervios y excitación. Sentí que estábamos totalmente solos. No escuchaba el ruido, no veía a la gente que nos rodeaba ni me percataba de luz de las lámparas…

“Estás hermosa”, me dijo. “Me emociona conocerte. Platícame quién eres.”

Desde ese día entendí la vida de otra forma. Desde que conocí a este hombre cambié por completo y descubrí lo perdidos que estamos. Lo perdida que estaba. La manera insaciable de vivir buscando la felicidad en donde no se encuentra. En cosas, en marcas, en imágenes. Lo lejos que viven muchos de realmente conocerse. De darse la oportunidad de conocer a otros. De escucharse, amarse incondicionalmente. De dejar de buscar en el espejo los odiados defectos y los ansiados atributos. La sonrisa perfecta, el gesto indicado. La cara que acaba no siendo con la que nacimos con tal de complacer al mundo entero.

Aprendí que a pesar de contar con una belleza física envidiable, Javier no sabe que la tiene ni le importa. No entiende lo que significa para otros verse como él se ve. No sabe cómo son los seres humanos. Nunca ha visto una revista, ni se ha dedicado a analizar posturas y estilos para encajar en un estilo de vida meramente material. No, claro que no pertenece a las redes sociales. No le interesa presumir fotos que no puede ver. No le interesa presumir imágenes que carecen de sentido para él. Se emociona con las mentes cultas, con las pláticas profundas y con los olores intensos. No pierde horas con un celular en la mano. Si necesita hablar con alguien lo hace directamente o personalmente sin escribir. Disfruta de un buen café, escuchando música y acariciando a su perro.

Siempre pensé que el hombre de mi vida era aquel que se enamorara de mi belleza. Tenía razón, pero en un contexto muy distinto. Este señor con el que despierto todos los días, ve en mi más que nadie en el mundo, valora mi belleza interna. Me hace el amor totalmente enamorado y seguro de que está con una mujer bella y noble. Porque para él esa soy. Porque le ilusionan mis pensamientos, mis detalles, mi forma de tocarlo. Le emociona pasar la vida conmigo, con o sin maquillaje en mi cara. Orgulloso de ser mi pareja, me da la mano con la seguridad de que brillo por donde camino con o sin tacones. Abandoné los faciales y las prendas caras. Las fotos que presumían mis carencias quedaron en el pasado, lo mismo que el botox y los retoques. No es porque él no lo ve, sino porque aprendí a ver algo más. Aprendí a amar otras cosas en la vida. A llenarme de mí. Como si hubiera vuelto a nacer. Como si me hubiera reencontrado. Veo, pero veo diferente. No dejo de maravillarme. Porque conocerlo a él, fue conocerme a mí, con los ojos cerrados.

 

6 Comments

  1. Lisa

    Debbie, me encanta, siempre me haces llorar. Extraordinaria reflexión. Me dejas pensando.

    • Debbie Chamlati

      Gracias! Me encanta eso!!! Es toda la idea detrás de cada historia. Gracias por leerme y por escribirme. Lo aprecio muchísimo!!!

  2. Adolfo Gaxiola

    Me encanto. Saludos desde tijuana

    • Debbie Chamlati

      Gracias por leerlo y por tu mensaje. Saludos a Tijuana!

  3. Past Timmy from the Plane

    Such a nice story to remind people it’s about the person, not “the look”. Loved it.

    • Debbie Chamlati

      Hi! Such a great surprise to hear from you. Thank you for the comment. You actually chose a complicated story to translate as you read. Thank´s for taking the time. Send me an email so we can keep in touch. Greetings to your wife! Un abrazo.

Responder a Adolfo Gaxiola Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.