Su Cicatriz, Mi Adicción

Claro que sí era adicto, pero era demasiado sacrificio aceptarlo. Era mejor seguir así, fingiendo que no me daba cuenta. Fingiendo que nadie se daba cuenta. Continuando con las mismas costumbres, rutinas. Negando a quien quisiera juzgarme “mi actitud”. Una parte muy muy escondida de mí se daba cuenta perfectamente del daño que estaba causando, tanto en mí como en mi familia. Pero no podía parar. Eso lo sabía con total y absoluta seguridad. No podía, NI QUERÍA.

Ese día, desgraciadamente, quedó grabado para siempre. Considero que a partir de esa noche, mi vida se divide en antes y después. Nunca podré ser el mismo, ni quiero. Pero hay tanto que tenía, que no veía. Tanto que arriesgaba día a día. Ese noche, como muchas, tuvimos cena de amigos. La mayoría de las veces, iba solo a mis eventos, y no necesariamente en la noche. Pretextos para tomar habían muchos pero básicamente se resumían en juntas de trabajo y festejos. Ese día, era un festejo en pareja.

Estuve feliz en la fiesta. No digo “estuvimos”, porque realmente nunca pasaba el tiempo de los eventos junto a ella. El chiste era pasarla bien, con gente que disfrutaba como yo, a mi ritmo. Ella trataba de seguirme el paso, pero no podía. Obviamente. Entonces, como siempre, ella se rindió antes que yo y me rogaba por regresarnos a la casa. Habíamos dejado a los tres niños con una señorita que se encargaría si se despertaban. Mi mujer en ese entonces, ahora ex mujer, se encargaba de todo. Dejaba listo absolutamente cada detalle para que pudiéramos ir a todos los eventos sin preocupaciones. Esta era una de esas noches.

Ella me insistía “por favor ya hay que regresarnos, son las 3 am y en pocas horas se despierta el bebé.” Yo no veía el reloj, para mí eso era lo de menos a la mitad de una fiesta. ¿Qué importa la hora? A mi honestamente me daba igual si se despertaba el bebé o no, yo no lo tenía que atender. No era mi obligación. Entonces, absolutamente envuelto en mi egoísmo, le dije que yo no me quería ni pensaba regresar. Como siempre, y sin mucho reclamar, se regresó sola. Hoy entiendo que no tenía mucho caso que me reclamara. No la escuchaba. No me importaba lo que decía. Me importaba, sólo, seguir festejando, seguir tomando.

Siguieron avanzando las copas de vino y los mezcales. El puro acompañaba todo el show. Empezaba poco a poco a perder consciencia. Ya no aguantaba igual que antes. Con poco tomar me convertía en un auténtico y divertido borracho. Al menos eso pensaba yo. Hoy me doy cuenta que era todo lo contrario. Que era pesado, incómodo e infantil. Que a mis 40 años estaba fingiendo tener 20. Mi cuerpo ya no aguantaba, pero yo seguía tratándolo igual. Como un adolescente.

No era el único así, y para los que no querían que la fiesta terminara, era una bendición que yo siguiera ambientando. Pasaban las horas y se seguía consumiendo cada vez más alcohol. Me acuerdo que llegó un punto dónde empecé a sentir que me quedaba solo. Pregunté la hora y uno de los meseros me dijo que eran las 6 am. “Puta, me va a matar mi vieja”. Qué flojera, pero ahora sí me tenía que ir. Me despedí, creo. La verdad es que no recuerdo bien ni cómo llegué a mi casa. Por suerte esa noche no manejé, pedí un taxi y llegué sano y salvo a mi casa. A veces me pregunto qué tanto le habré dicho al pobre chofer del taxi. Lo que habrá pensado de ese señor totalmente descompuesto.

Pero todo eso no fue nada nuevo. Todo eso se repetía una, dos o tres veces a la semana. Era rutina. Porque no existía un sólo día en que yo pudiera no tomar, aunque sea una copa de vino en la comida. Un caballito de mezcal en la cena. Absolutamente diario. “Es que así sabe mejor el momento”. Siempre pensaba lo mismo. Y era cierto, sabía mejor todo con esas gotas de alcohol que entraban a mi cuerpo.

Entonces esa noche, entré a mi casa, según yo “cuidadoso” de no hacer mucho ruido. Estaban cercanos por despertarse los niños y no quería causar más problemas de los que seguro ya tenía por regresar tan tarde. No me acuerdo cómo llegué al piso de arriba de la casa. Ni me acuerdo qué hice con las llaves ni con mi saco. Todo eso lo tengo borrado. El resto no, porque mi corazón no me lo permite. La culpa no me deja. El arrepentimiento es demasiado grande.

Cruzando por el pasillo de los cuartos, agarrándome de las paredes, escuché un pequeño llanto de mi bebé. No se oía fuerte, pero si lo dejaba crecer despertaría a mi esposa y empezarían los reclamos. “¡Qué flojera escucharla ahorita!”. Entonces decidí entrar a solucionarlo yo mismo. Abrí la puerta y eso sí recuerdo, el olor a mi bebé que envolvía toda la obscuridad. Delicioso. El contraste que hacía contra el alcohol que destilaba de mi cuerpo. Horrible.

Prendí la luz del baño para verlo y me acerqué a su cuna. Trataba de mantener mi equilibrio, pero era bastante imposible. Me recargué en el barandal de su cuna, intentando de tomar aire. De respirar. De contenerme como si fuera un padre responsable que viene de la cama, no de una fiesta. El estaba sentadito con su mameluco de osos. Me acuerdo tan bien cómo se me quedó viendo. Ojitos azules redondos y esos inmensos y preciosos cachetes. Me recibió con una enorme sonrisa, agradeciendo que lo fui a “rescatar”. Todavía se le veía una lagrimita del llanto que trataba de crecer pero contuve “a tiempo”. Me estiró sus bracitos para que lo cargara. A sus 11 meses, ya sabía perfectamente que yo era su papá, que me amaba, y que quería estar conmigo.

Hoy tengo muy claro todo, pero en ese momento, parecía muy fácil hacer lo que hice. Siempre lo hacía para apapacharlo. Esta vez no lo iba a decepcionar. Entonces, me doblé un poco más, apretándome con fuerza contra los rieles de la cuna para no flaquear, le agarré sus axilas, y lo levanté. Pesaba más que nunca. Casi el doble que lo que recordaba. Entonces lo abracé y se acurrucó en mi cuello. Pero yo no podía disfrutar ese momento, estaba muy mareado. Me di cuenta que era mejor volverlo a acostar. Era mejor todo menos estarlo cargando. Se me doblaban las piernas. Estaba totalmente desarmado con mi bebé en brazos. Entonces decidí que tenía que sentarme. Así tal vez lograba dormirlo o dormirme yo. Al soltar mi cuerpo de la cuna empujándome hacia atrás, y dar el primer paso, perdí equilibrio. Se me movió todo el cuarto rápidamente. No podía ver nada. Estiré mi brazo para tratar de agarrarme de los barandales otra vez, pero ya estaba lejos. Empecé a caer de lado, mi bebé todavía sobre de mi pero ya no podía sostenerlo con las dos manos. Esos segundo, se volvieron horas paralizadas. Sentí como mi cuerpo se caía justamente hacia el lado que lo traía cargando. No podía detenerme con nada… y caí. Llegué con fuerza al piso, dejando todo mi peso caer encima de mi bebé.

El sonido de su cabeza golpeando contra la madera sigue grabado en mi mente. El llanto empezó instantáneo. Con una fuerza imperdonable. Con un dolor irreparable. Ahí estábamos los dos, tirados en el piso. Sin podernos ayudar el uno al otro. Mi pinche adicción había hecho que llegara a esto, a dañar a una de las personas que más amaba en mi vida. A lastimarlo físicamente. A causarle un daño y un sufrimiento con mi propia fuerza. Estaba totalmente congelado y más ebrio que nunca.

Empecé a escuchar el grito de mi esposa cuando entró al cuarto y nos encontró ahí, tirados, indefensos. Él por su edad, yo por mi estupidez. Luego llegaron mis otros dos chiquitos atrás de su mamá. Habían escuchado tantos gritos y llanto que se despertaron a ver qué pasaba. Y llegaron a esto, a encontrar a su papá tirado con su hermanito alado. Encontraron a este hombre que no podía ni siquiera hablarles. Los dos se taparon la nariz al acercarse. “¿Qué pasó papá, por que hueles así, por qué estás en el piso, por qué se cayó Danielito?” No recuerdo más, sólo sé que mi mujer lloraba mientras levantaba al bebé del piso. Lloraban los dos juntos. Yo lloraba también, por dentro y por fuera. Me quería morir.

Esa noche fue de las noches más negras de mi vida. El no poder ir corriendo al hospital con mi esposa para revisar al bebé fue inmensamente doloroso. Tener que quedarme ahí, paralizado atrás de mi alcohol y totalmente solo, sabiendo que había destrozado a mi familia para siempre. A mis hijos se los llevaron mis papás a su casa. Mis suegros se fueron al hospital. Todos atendiendo la familia que yo desatendí por tanto tiempo. El nido que había convertido en una pesadilla. Que había roto para siempre. Ya había escuchado antes “Guey, no esperes a tocar fondo para dejar de tomar.” Si hubiera sabido que ESTO era tocar fondo, lo hubiera dejado muchos años atrás. ¡Qué estúpido fui!

Hoy han pasado 5 años desde ese terrible día. Ya no había más que analizar, necesitaba ayuda urgente. Ya no necesitaba más indirectas de amigos preocupados. No necesitaba más pleitos con mi ex mujer dónde me suplicara que reaccionara. Más mañanas dónde tenía que gritarle a los niños que se salieran del cuarto porque me sentía muy mal para soportarlos. Ahora era evidente que estaba enfermo, que tenía una adicción y me tenía que atender.

Llevo 4 años y 9 meses sin tomar ni una sola gota de alcohol. Si un postre envinado, ni un mezcalito casual. Nada. Llevo aceptando la vida sin tenerla que embetunar con un veneno día y noche. Y sí, ha sido duro. Ha sido demasiado doloroso porque paré demasiado tarde. Porque dejé daños irreparables en los recuerdos de mis hijos y perdí a mi esposa. Porque después de esa noche, nunca me pudo perdonar. Las infidelidades, las noches en vela, las mentiras y los gritos… todo eso lo soportó por años. No sé cómo, pero lo soportó. Pero el haber lastimado así a mi hijo, el haber sido tan inmensamente irresponsable, fue demasiado para perdonarme. La perdí para siempre.

Por muchos años no vi lo que tenía, y dejé que el alcohol fuera más valioso. No valoré la familia que había formado. Los preciosos hijos que estaban en una de las mejores etapas de su vida. No valoré sus despertares nocturnos, sus juegos matutinos, sus risas en fiestas y lo mucho que me necesitaban. Era más importante y urgente sentarme a tomar una copa y relajarme. Drogarme en mi vicio. En mi enfermedad. Estar con amigos que no me dejaban nada más que residuos de alcohol en mi cuerpo. Fotos y fotos de botellas, caballitos, viejas, cervezas, y más. Presumiendo en redes sociales mi “gran vida” como alcohólico en absoluta negación.

Por muchos años no vi la mujer que tenía a mi lado. La fuerza con la que mantenía a la familia unida a toda costa. Cómo se desvivía por trabajar y atender a los niños al mismo tiempo. Por ser la mejor madre, hija, esposa, hermana, amiga, ejecutiva, y mucho más. No vi su belleza, su devoción por mi y su enorme paciencia. Abusé de ella en todos los sentidos. Inclusive a veces sexualmente cuando llegaba alcoholizado y quería desahogarme. Era ella la que tenía que soportar mi cuerpo oliendo a alcohol y puro. Era ella quien tenía que dormir con un ser insoportable alado. Un ser que podía ser un gran hombre cuando estaba sobrio, pero totalmente deplorable el tiempo en que tomaba. Y desgraciadamente, el tiempo que estaba con ella, era más un hombre alcoholizado que sobrio.

El bebé no recuerda ni recordará nada nunca. Su brazo estuvo enyesado por un tiempo, y pasó por mucho dolor en una edad dónde ni siquiera podía expresar lo que sentía. Tuvo moretones en su carita y hasta la fecha tiene una pequeña cicatriz en la frente que le quedará de por vida. La culpa que siento al verlo es inmensa. Y es él, con el amor que me sigue teniendo, con el perdón que me dio inconscientemente, el que me da la fuerza diario para ir a mis grupos y seguir adelante. Seguir luchando por mantenerme lejos de mi adicción. Es él y sus hermanos los que me han enseñado a vivir la vida de una nueva manera. A entender que no necesito estar agarrando una copa para divertirme. Que no necesito ahogarme ni tomar alguna droga espontánea para disfrutar de cualquier evento. Aprendo diario de sus risas y su enorme manera de disfrutar la vida; que se vale vivir tan feliz como un niño sin tener que emborracharse.

Aprendí con los años, que esto que tengo es una enfermedad. Que no es algo que puedo controlar solo. Que necesito un equipo y pedir ayuda cuando siento que la enfermedad me rebasa. Y que no es algo opcional. El alcohol esta prohibido en mi vida como la azúcar en un diabético. Porque tengo esta enfermedad. Porque no lo puedo evitar. Así soy y así me acepto ahora. Todos los días lucho para entenderme y ser una mejor persona. Por darle un gran ejemplo a mis hijos. A ellos que “de broma” les daba a probar mis bebidas. “No pasa nada”, decía. Hoy sé que sí pasa. Que los niños no tienen por qué tomar y bromear con el alcohol. No tienen por qué estar cerca de fumadores ni de adictos.

Sé que por muchos años negué a toda cuesta mi adicción. Me lo negaba a mi mismo. Y realmente pasaba por la vida diciendo “no es para tanto”, “yo no tomo tanto”, “no pasa nada”, “es para estar más relajado”. Ahora escucho eso de gente que me rodea, y me doy cuenta lo mal que están. Me da tristeza pensar que algún día, como yo, también tocarán fondo. Aunque crean que a ellos no les va a pasar. Porque eso creemos, que no estamos “tan mal” como los alcohólicos. Pero sí les va a pasar. Si van a vivir una experiencia terrible que dañará de manera irreparable su vida. Y perderán a gente que probablemente ya perdieron y no se han dado cuenta. Pero será demasiado tarde para hacer algo. Como es demasiado tarde para mi eliminar los recuerdos de un padre borracho en la mente de mis hijos. De un esposo irresponsable y grosero. Como es demasiado tarde para mi eliminar los gritos de la casa. El daño que le hice a esa mujer que todo hombre hubiera querido tener y yo desperdicié. Yo perdí para siempre.

La vida es muy dura. Pero la hacemos más dura cuando vivimos ciegos. Cuando no escuchamos. Cuando no nos vemos. Cuando nos dejamos caer en vicios que en vez de sanar temporalmente un vacío, dañan para siempre una vida. Tu vida.

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Esta es una historia ficticia dedicada a mucha gente que sufre ésta adicción. Que no logran aceptarlo y pedir ayuda. Que tienen miedo de dejar “eso” que les hace la vida más digerible pero que a la vez los está matando poco a poco. Invito a todos a hacerse este corto cuestionario creado por el grupo AA para darse una idea de su estado real frente al alcohol. No es un tema ligero. Si al hacerlo contestan 4 o más veces SI, les sugiero de todo corazón que hagan algo al respecto HOY que están a tiempo de evitar una desgracia.

Los invito a conocer mi Blog: http://elblogdedebbie.com

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Instagram: @debbiechamlati.arte

TEST DE PREGUNTAS

http://www.aamexico.org.mx/Tieneproblemas.php

  1. ¿Ha tratado alguna vez de no beber por una semana (o más) sin haber logrado cumplir el plazo? SI o NO

  1. ¿Le molestan los consejos de otras personas que han tratado de convencerlo que deje de beber? SI o NO

  1. ¿Ha tratado alguna vez de controlarse cambiando de una clase de bebida a otra? SI o NO

  1. ¿Ha bebido alguna vez por la mañana durante el último año? SI o NO

5.¿Envidia usted a las personas que pueden beber sin que esto ocasione dificultades? SI o NO

  1. ¿Ha empeorado progresivamente su problema con la bebida el último año? SI o NO

  1. ¿Ha ocasionado su modalidad de beber problemas en su hogar? SI o NO

  1. En reuniones sociales donde la bebida es controlada, ¿Trata usted de conseguir tragos extras? SI o NO

  1. ¿A pesar de ser evidente que no puede controlarse, ¿Ha continuado usted afirmando que puede dejar de beber por sí solo cuando quiera hacerlo? SI o NO

  1. ¿Ha faltado a su trabajo durante el último año a causa de la bebida? SI o NO

  1. ¿Ha tenido alguna vez “lagunas mentales” a causa de la bebida? SI o NO

  1. ¿Ha pensado alguna vez que podría tener más éxito en la vida si no bebiera? SI o NO

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