Mientras, vas en el cielo, volando. Unos con el respaldo atrás, otros, bostezando, soñando, pensando, discutiendo…todos volando. Y en esa nube, real, se vale soñar con todo, menos con la muerte.
Cuando se sacude el pájaro mecánico, sientes que las alas se te van a romper con las de él. No importa qué canción vienes oyendo. No importa en qué o en quién vienes pensando. A quién vas o de quién vienes. Dónde vives. Tu dirección, tu familia, tus amores y desamores. No importa qué habías escrito en el contrato de tu vida. Ni con quién lo firmaste o pensabas firmarlo.
Cuando se sacude, entre lluvia, ese transporte que te lleva dentro…el corazón se paraliza. Minutos eternos que en realidad son segundos. Cierras los ojos, y piensas, si esto es morir. Si esto es un final sin despedida. Si aquí culminan tus “problemas”, tus “sueños”. Todo eso que crees que solo te pasa a ti. Ese egoismo de existencia. De creer que solo nosotros estamos vivos y viviendo “esto que nos tocó vivir”. En ese instante, todos somos iguales. Cuerpos asustados, sin un destino claro. No importa quién es el más rico o el más pobre. El más guapo, feo, feliz, infeliz, viejo o jóven. No importa nada. Ni la bolsa cara ni los zapatos de moda que usaste para ese viaje. No importa qué traes en tu maleta ni qué joyas llevas puestas. Ni siquiera importa si vas en “business” o “turista”.
No importa qué libro venías leyendo ni tu eterna cadena de pensamientos. En esos minutos de movimiento, incontrolable, le dedicas la vida a tu vida. Te propones por segundos, dar todo por evitar una desgracia. Pensamientos laterales y fugases. Uno más trágico que el otro. Porque no estás en la tierra, con la inseguridad que ésta de por si ya tiene. Estás en el cielo, en manos de unos pilotos, nubes, y Dios. Estás en manos de…la vida o la muerte.
Y entonces pienso, que esos segundos, que para mi solo han sido afortunadamente renaceres, para otros, desgraciadamente, han sido finales. Una y más de 1000 historias personales que sí se han desaparecido en estas turbulencias que terminan en muerte. ¿Qué canción venían oyendo? ¿Qué mano venían agarrando? ¿Cuánta gente los esperaba y seguirá esperándolos el resto de sus vidas? ¿Cuántos venían peleados, contentos, riendo, esperando, soñando, creando? Vidas que desaparecen en minutos o segundos que parecen horas. Donde se congela el corazón, de miedo. Se paraliza la mente. Y ellos, sí, murieron.
Entonces tengo suerte de aterrizar. Tengo suerte de vivir. De tener el aliento de inspiración para escribir. Para llegar a mi casa y abrazar a mis hijos. Empezar otra vez. Darme la oportunidad. Dársela a la vida. Tengo suerte de seguir oyendo la misma canción después de haber podido, si me hubiera tocado, morir. Y si tu estás ahí, leyéndome, tienes suerte también, de estar vivo. De respirar. De escuchar una canción sin que se interrumpa para siempre. Agradécelo, y vive.