“Debbie, podrías escribir sobre como siempre queremos recuperar el tiempo perdido.”
¿El tiempo perdido? Al principio no entendí qué me estaba pidiendo. De qué hablaba. ¿Cuál tiempo perdido? Y luego, por dentro, cuando mi mente escuchó mi pregunta, se empezó a reír de mi. ¿Cuál tiempo perdido…? TODO. Todo el tiempo es perdido. Y es que perdido no es igual a desaprovechado. Perdido viene de la palabra perder, que quiere decir, dejar de tener. El tiempo perdido, es, el tiempo que dejamos de tener. Un pasado que ya no es nuestro. ¿Cómo?
Este reloj en el que vivimos, no tiene “pausa”. No tiene botón de “regresar”. No podemos escuchar nada en “repetición”. No podemos poner “borrar”. Hemos avanzado mucho tecnológicamente. Pero todavía no logramos, ni lograremos nunca, este concepto de manipular el tiempo. La vida en la que vivimos. El ritmo del reloj que no para. Hasta que claro, para, pero para siempre. Muere.
Recuperar el tiempo perdido, no es un concepto que vive en unos nada más. Lo vivimos todos. Pero en este caso, no se trata solo de pensar en el pasado y ver los momentos pasados. Es, más bien, esta frustración de no poder mezclar el pasado con el presente. Somos producto del pasado, pero no hay forma de intercalarlos. Hay recuerdos que tenemos, de una infancia maravillosa. De una juventud con amigos, primos, padres, tíos. Algunos tal vez que ya no están con nosotros. Y a veces, quisiéramos importar un poco de todo eso, a nuestro presente. Porque no es que no nos guste nuestro presente, es que a veces, se sienten hoyos. Espacios que se podrían rellenar perfecto con un poco del pasado.
Es como tratar de embellecer un poco más este presente que se hace pasado por segundos. Poder tener un poco de lo dos mundos. Pero de lo bueno de los dos mundos. Tener tal vez, aquí, a mi abuelo conmigo, disfrutando de mis hijos, mientras yo también de pronto, tengo 12 años, y lo abrazo rogando que me lleve por un helado y me enseñe a manejar. ¿Cómo mezclamos todo eso? Ir de viaje con primos, todos al mismo departamento, riéndonos platicando anécdotas al siguiente día en el desayuno por la borrachera de la noche. Pero que en ese desayuno estén también mis hijos, mis sobrinos. Todos. ¿Cómo hacer que ese pasado se mezcle con mi presente?
No se puede. Y es un concepto tan frustrante, porque el avanzar en la vida, es renunciar al presente. Y hay cosas de ese presente que a veces, no queremos que desaparezcan. Y no nos damos cuenta, que al escoger una cosa, automáticamente, la otra la perdemos. Por supuesto que no nos podemos quedar estáticos. La vida nos pide movimiento. Cambios. Avances aunque a veces parezcan pasos en reversa. Y mientras avanza la nuestra, avanza la de los que nos rodea también. Y aunque nosotros a veces no queramos que ellos se alejen, o tomen su propio camino, su vida se los exige.
La vida nos obliga a estar siempre viendo hacia delante. A veces ni siquiera nos permitimos ver el momento, el instante. Y de pronto, cuando te das cuenta, ese tiempo que fue en algún momento tu presente, se volvió tu pasado. Y pasan los días, los meses, los años. Y el pasado, se perdió. Y con el se fueron muchas cosas. Muchas personas. Muchos sueños. Muchos deseos.
Hace poco le dije a un amigo “a la única persona que extraño de vez en cuando, es a mi.” Me extraño sonriendo. Me extraño de niña. Me extraño sin miedos. Me extraño porque a veces siento que en el tiempo, me perdí. Y ahora, mi trabajo, en este presente, es reencontrarme. El pasado perdido no me da más que pistas del lugar a dónde voy. Pero el camino es maravilloso, si yo quiero. Si tu quieres. Vamos de la mano con la vida. No solos. Tenemos que aprender a amar nuestro presente con todo lo que esto implica. Dejar atrás el pasado que no hay forma que lo invitemos a la mesa a comer con nosotros. Solo duele. Duele mucho. Pero tenemos frente a nosotros mucho. No asegurado, pero sí un poco prometido. Y debemos aferrarnos a esa promesa. Entregarnos a ella para hacer un presente que mañana también valga la pena recordar. Porque un pasado perdido que saca sonrisas, habla de una vida bien vivida. De momentos memorables. De amor. De sentimientos. Y esos son el motor de la vida. No, no podemos mezclar pasado con presente, pero sí presente con futuro. Y para allá vamos. Todos en el mismo barco. Navegando. Con nuestros diablos y nuestros ángeles. Navegando lento, pero seguro.
Que canijo, y cierto
“Hacer un presente que mañana también valga la pena recordar”, valiosa recomendación. ¡Te felicito!
Muchas gracias!!! Hagámoslo.